No es que la guerra se transforme en algo positivo de la noche a la mañana, pero si bien cada conflicto bélico deja decenas de lastimados y una huella permanente en la historia de la humanidad, también sirve para hermanarnos de cara a tiempos mejores, de paz.
Longines se fundó en 1832 y a partir de ese momento se enfocó al desarrollo de tecnología e innovación en función de la precisión. La guerra sí que ha dejado grandes creaciones, por lo que fue también un determinante para la horología, basta mencionar que el segundero fulminante fue empleado para ajustar distancias de disparo y calcular la intensidad de los proyectiles en las guerras. Asimismo el reloj de aviador se mudó a la muñeca a fin de permitir conocer tiempo y hacer cálculos de longitud en pleno vuelo. Es decir, la herencia militar también destapó la caja de innovación en la relojería contemporánea.
Este legado ha recibido un homenaje por parte de Longines, que revisó su museo para revivir un clásico de principios del siglo pasado (1918). Los códigos estéticos presentan una caja de acero que se extiende hasta los 44 mm de diámetro, mientras que la carátula negra funge como base de 12 grandes números árabes, dualidad enfocada a la visibilidad rápida del tiempo, que se ve destacada gracias a agujas tipo Breguet con minutería escala de ferrocarril.
En el interior late el calibre automático L615.3, para una frecuencia de 4 Hz y una autonomía de 42 horas de reserva de marcha, contemplando la indicación de horas, minutos, segundos.