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WATCHES WORLD
Classique Tourbillon Quantième Perpetuel 3795.
   péndulo y un conjunto péndulo-reloj, un modelo de demostración de gran formato, un cronómetro de marina y un péndulo de viaje.
No es sorprendente que entre los compradores figuren varios so- beranos (Jorge III y Jorge IV de Inglaterra, Fernando VII de España), aristócratas rusos (príncipes Yermoloff, Gagarin, Repnin, Demidoff...) y eminentes personalidades europeas procedentes de Polonia (conde Potocki), de Prusia (príncipe Hardenberg), de Italia (conde d’Ar- chinto, G.B. de Sommariva), de Hungría (barón Podmaniczky) y de Portugal (caballero de Brito).
Se ha destacado muy poco hasta ahora que un cuarto de estos tourbillones tuvo con certeza un uso naval, es decir, fueron adquiridos por armadores o marinos y empleados para la navegación en el mar y el cálculo de la longitud. Un explorador de África le dio el mismo uso. Thomas Brisbane se fue a Australia con el suyo. Algunas piezas se utilizaron durante unos 50 años en los mares del mundo. Además, algunas pertenecieron a preeminentes científicos. A todas luces, y según la clasificación del mismo Breguet, el tourbillon pertenecía a la relojería de uso científico por oposición a la relojería de uso civil. Los compradores habían comprendido la mayor precisión ofrecida por el dispositivo y se beneficiaban de ella.
Adelantado a su tiempo
Como en toda innovación, el éxito no viene de inmediato; estos tourbillones, dotados de una caja de oro o de plata, eran obras maes- tras cuya estética estaba a la altura de la técnica. Considerados como meros objetos científicos, debían tener, sin embargo, un aspecto más
refinado. Las carátulas de los tourbillones estaban entre las más her- mosas de Breguet. Perfecta legibilidad –era la firma de la “Maison”– y funciones que se podían añadir sobre las carátulas de oro, plata o esmalte: segunderos centrales, segunderos a demanda, reserva de marcha, a veces termómetro... Ninguna pieza era igual al resto. El dispositivo del tourbillon se podía adaptar a varios tipos de escape y a varios tipos de reloj.
Sin embargo, la producción era muy lenta. En 1802, tras la obten- ción de la patente, se empezaron a producir seis relojes de tourbillon. La realización de cada una de las piezas llevó entre 5 y 10 años. En 1809, aprovechando el auge de los negocios y las esperanzas que tenía depositadas en el mercado ruso por la apertura de una sucursal en San Petersburgo, Breguet empezó la fabricación de 15 nuevos tour- billones, de los que la mitad no se terminó hasta 1814. El cronómetro de marina con tourbillon fue una pieza única, al igual que el péndulo portátil, el último tourbillon de la secuencia original. Dificultad para fabricar estas piezas, largo trabajo de desarrollo, escasez de mano de obra capaz de realizarlas...
Si bien el tourbillon deleitaba a los fieles de Breguet, no aportó a su autor la compensación económica que merecían sus esfuerzos. La explicación está en el hecho de que Breguet se pasó toda la vida bus- cando soluciones para mejorar la marcha de los relojes... ¡y encontró otras más simples! El tourbillon, estrella fugaz en el firmamento reloje- ro, una idea genial nacida del pensamiento del Siglo de las Luces, se desvaneció sin llegar a desaparecer del todo. Pero aún no había dicho su última palabra.
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