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                 La mayoría de las historias de las casas relojeras son apasionantes. La de Jaeger-LeCoultre -marca que tiene años en el sector- se remonta a los “combiers”, campesinos que durante invierno trabajaban en los talleres de pequeños pueblos con piezas que ya incorporaban complicaciones, como repetidores de minutos, tourbillones o cronógrafos, para después ir a vender sus maravillas a Ginebra.
Hoy, es una marca que goza de absoluta libertad de producción gracias a que dentro de la Manufactura, se asegura la fabricación total de sus piezas. Hasta el tornillo más pequeño se fabrica ahí, con la finalidad de mantener el más estricto control de elaboración y poder garantizar la longevidad y buen funcionamiento del guardatiempo.
Desde 1833, la casa ha fabricado y desarrollado aproximadamente 1,000 calibres y registrado más de 215 patentes, muchos de los cuales han obtenido distinciones y alcanzado récords dentro de la industria. Con 38 calibres diferentes, hoy produce una gama de mecanismos de excepcional amplitud. Su repertorio va desde el calibre 101 -el mecanismo mecánico más pequeño del mundo-, hasta las complicaciones más ingeniosas: tourbillones, calendarios perpetuos, cronógrafos, alarmas y relojes con doble huso horario.
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