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Francisco Javier Pasandin
El entusiasmo con el que Francisco Javier Pasandin Núñez -relo- jero maestro de Audemars Piguet- habla de su trabajo es con- tagioso. Y es que cuando el gen de la relojería ronda por el cuerpo, es muy difícil dejar de sentir la pasión por los detalles y las grandes complicaciones.
Un día normal en la vida de Pasandin comienza a las 6 de la maña- na y a lo largo de él enfrenta un sinfín de retos, ya sea restaurando piezas antiguas o creando nuevas. Sus manos recorren una y otra vez cada componente para evitar que su obra de arte presente alguna imperfección: “La memoria está en los dedos, no en la vista”, reveló en entrevista el maestro relojero a Watches World. Originario de Viana do Bolo, provincia de Orense en Galicia, Pasandin pasó su niñez con sus abuelos maternos hasta los 10 años y después estuvo tres en Verín, en un convento de frailes. Fue hasta los 13 años que pudo reencontrarse con sus padres en Suiza, país en el que radica desde entonces y donde enfrentó su primer reto, el idioma: “Para un niño de esa edad el francés no es cosa fácil, pero tuve que hablarlo y me obligué a apren- derlo”, recuerda con orgullo Pasandin.
Corazón repartido entre Suiza y España
“Mi primer contacto con la relojería fue a los 15 años, cuan- do terminé la escuela Normal y aún tenía un poco de di- ficultad con el francés, la que poco a poco fui superando”. De 1974 a 1978 realizó sus estudios de relojería en el Cole- gio de Vallée de Joux: “Suiza me inculcó el amor, el interés y la pasión por la relojería y España representa a mi familia, pues llevo casado 30 años con una canaria. A pesar de que am- bos compartimos la pasión por los relojes -porque también trabaja en este medio-, no platicamos de ello en casa, siem- pre me sugiere que hablemos de otras cosas”, dice entre risas.
Su historia en AP
Audemars Piguet le abrió sus puertas el 1 de mayo de 1980 y des- de entonces, ha recorrido todos los talleres de la Manufactura. En su primer año estuvo en el taller de reglaje y después en el de servicio al cliente. Posteriormente, pasó por todas las etapas: re- paración de relojes simples, con crono, con calendario simple y perpetuo, repetición de minutos, grandes y pequeñas sonerías; así como por la restauración de relojes simples y complicados. “Hacer un reloj de Gran Complicación es toda una hazaña, porque hay que reunir el calendario perpetuo, el crono y la re- petición minutera; es un trabajo enorme”, confesó el maestro.
Maribel Zavala
Días difíciles
Muchos piensan que el oficio de un maestro relojero es ru- tinario, sin embargo, Pasandin rompe con ese mito: “El cliente no se da cuenta de los retos que enfrentamos, de los ajustes que hay en los diferentes mecanismos y el esmero que se le imprime en el terminado. Además, debemos en- contrar el día perfecto para realizar los pulidos de las pie- zas, pues la humedad del ambiente atrae el polvo, el cual se convierte en una amenaza letal para nuestra labor”, afirmó. “Una vez, un Grande Sonnerie me provocó hasta pe- sadillas. Fue tan dañado por otro relojero, que toca- ba la hora y después de cinco minutos volvía a tocarla. Descubrí el problema, que de hecho estaba verdaderamente al interior: el relojero había soltado una pieza, y como era muy larga, hacía el contacto cinco minutos después. Me pasé horas y horas preguntándome por qué no funcionaba. Si uno pasa mucho tiempo pensando y analizando, al final se siente orgu- lloso de decir: lo conseguí”.
No obstante, llegar a este punto en ocasiones es más compli- cado de lo que pudiera pensarse: “Cuando no soy capaz de en- contrar la solución, cubro las herramientas con una manta y me voy a casa. Me pongo los tenis, le doy la vuelta al lago corriendo o escalo las montañas y ahí encuentro la solución al problema, es mi forma de combatir el estrés que esto me provoca. Así se logra el equilibrio en nuestro trabajo: desaho- gándonos. En mi caso lo hago corriendo”.
Para Pasandin -quien ha corrido cuatro veces el maratón de Nueva York- hacer relojes y correr son disciplinas muy pareci- das, porque para ambas hay que prepararse: “Uno no se puede lanzar a emprender una restauración con los ojos cerrados, hay que respetar un orden, una manera de hacer las piezas. Para un maratón, el entrenamiento también debe ser ordenado”. Es así como a sus 62 años, Pasandin se describe como un hom- bre feliz que disfruta a su familia, que gusta de escuchar músi- ca, esquiar y ver un buen partido de futbol. Un maestro relo- jero cuya pasión es restaurar relojes complicados, aquéllos con toda una historia detrás.
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